Santiago Vázquez: “Improvisar es estar emocionalmente abierto a lo que está pasando”
Por Inés Sainz Especial para OHLALÁ! web
No hubo una entrevista con Santiago Vázquez, sino dos. Oh, sí. Dos entrevistas esencialmente iguales. Dos mañanas de martes, con una diferencia entre la primera y la segunda de tan sólo una semana. Y es que Santiago no sólo es un creativo insaciable (compositor y multi-instrumentista, formó Puente Celeste, creó La Bomba de Tiempo, y La Grande, grupos de improvisación, creó un sistema de reglas y señas para ambos, prepara nuevo disco como cantautor, etcétera) sino, además, un ser humano generoso… que frente al desperfecto técnico de quien suscribe, respondió tranquilo: «no te preocupes, la próxima vez voy a ir más al grano».
Y no sé si está en su naturaleza ir al grano. El se abre, se explaya, arriesga reflexiones de todo tipo. Presente, lúcido, «aventurado». Así como le enseñaron a encarar la vida sus padres militantes. «Estar improvisando frente a un público no lo vivo muy distinto a dar un abrazo», dirá en un momento. Y parte de la calidez humana que se genera cada lunes que la Bomba se presenta, desde hace 7 años (aunque la dirección ya esté a cargo de otro músico, Alejandro Oliva), se reprodujo en su charla. En ambas oportunidades.
Me llamó la atención tu enorme necesidad creativa. No sólo hacés mucho, sino que de diversos lugares, de diversos roles. ¿Cómo funciona esta creatividad constante en tu vida?
Creo que tengo un tipo de «disfunción neuronal» que hace que algunos cables se me conecten con la fichita de al lado, con la equivocada, en el sentido de que me permito bastante conectar pensamientos que normalmente no van conectados. Y creo que de ahí surge eso que se llama la «cabeza abierta», algo que naturalmente no me cuesta. De ahí surgen muchas ideas. Eso me sucede permanentemente, no puedo evitarlo. «Uy, ¿y esto? Esto no está hecho y la verdad ayudaría, estaría buenísimo, funcionaría. Yo sería un público de eso o un consumidor de ese producto.»
Pero como yo a esta altura realicé algunas de estas ideas, tengo cierta noción del esfuerzo enorme que implica llevarlas a la práctica. Por ahí la idea es un instante pero llevarla a la práctica puede llevarte toda la vida. Entonces necesito un mecanismo de filtro de todas esas ideas. «A ver, ¿qué habría que hacer para llevar esto a la práctica?» Y ahí me lo vuelvo a preguntar: «¿y yo estoy dispuesto a hacerlo?» Casi siempre la respuesta es «no, imposible». Entonces la idea queda descartada.
¿Alguno de tus proyectos concretados fue originalmente una idea descartada?
La gran mayoría. No soy de agarrar la idea que viene al vuelo y hacerla frescamente. Me encantaría, admiro a la gente que hace eso, no lo puedo hacer porque suelo estar ya trabajando en alguna idea. Es muy raro que deje lo que estoy haciendo porque es lo que estoy queriendo hacer. La dejo haciendo cola, en un pequeño casting (Risas).
En lista de espera.
Sí, suele pasar eso. Lo que no espera son las cosas que llegan de urgencia, que son más bien las ideas celulares (no las ideas de nivel de sistema). Me vino una melodía, si puedo paro todo y la anoto, la grabo. Ahí sí, porque eso se escapa y esa no vuelven después.
¿Y en qué momento decidís concretar una idea?
Después de mucha recurrencia, de que una idea vuelva y vuelva y ya no me la pueda sacar (porque si vuelve, en general, es porque está crecida), yo vivo una especie de embarazo. Cada vez ocupa más espacio en mi mente. Y empieza a desplazar a otras. Y logra un tamaño que me molesta de tal forma que realmente la única forma de sacármela de encima es realizarla. Ya me resulta menos esfuerzo poner manos a la obra que seguir teniendo ese peso adentro.
Alguien que produce, que crea mucha música (desde distintos lugares) debe necesitar mucho silencio, no?
Sí. El silencio lo encuentro a partir de las 12.30 o 1 de la mañana (Santiago es padre de 2 hijas). Algunas veces me voy al estudio, otras me quedo en mi casa. Por supuesto que estos horarios generan algunas complicaciones en la vida familiar. No es que duermo hasta tarde, pero sí hasta las 9 am y a esa hora las nenas ya se fueron a la escuela. O sea, me pierdo un poco esa partecita. Los momentos de encuentro con mi familia son cuando coinciden esas dos franjas horarias que están medio corridas. Pero el equilibrio lo encontramos.
Y además del silencio literal, ¿hacés algo en concreto para mantenerte en eje?
Ahora no estoy haciendo nada en particular. Pero es verdad que hay un silencio interior que se puede entrenar, para que esté funcionando en cualquier momento. Es necesario poder mantener un lugar de silencio en medio del quilombo, en medio del caos, en medio del trabajo. Si no te volvés loco o perdés el rumbo. Ese silencio para mí es el lugar del vigía, desde ahí te acordás y ves hacia adonde estabas yendo. Si no tenés un contacto muy cotidiano con ese espacio podés estar yendo hacia cualquier lado.
Y podés estar solo y a la noche y estar súper aturdido.
Sí. Hace poco leí una de esas frases célebres que circulan por las redes sociales que decía que el talento se cultiva en el silencio o en la soledad y que el carácter en el ruido. Me resonó. Pero para mí el carácter también implica, en cierto sentido, mantenerse en contacto con un gramo de vacío, aun en medio del ruido.
Hablemos de la improvisación. Como músico, ¿cómo vivís la improvisación? ¿Es lo mismo subirse a un escenario a improvisar que subirse a tocar temas?
A mí lo que me da adrenalina es la sensación de riesgo. El riesgo en cada uno está asociado a diferentes cosas. En mi caso improvisar no me genera sensación de riesgo, mis comienzos en la música son de chiquito tocando en mi casa cacharritos con los palitos chinos, improvisando. Yo estoy muy tranquilo con la improvisación, no me provoca sensación de riesgo. En cambio, tocar un tema ensayado y que llegue a sonar de determinada manera para mí es más difícil. Eso a mí me provoca más sensación de riesgo, más nervio, más adrenalina. A mí me cuesta muchísimo repetir algo diez veces igual pero que cada vez tenga su esencia.
Y contame de «La Bomba», ¿cómo nace este proyecto?
Vos me preguntabas antes si algún proyecto había surgido de ese descarte de ideas que después me vuelven, bueno, así fue el caso de «La Bomba». Fueron varias ideas que volvían cada una por separado, hasta que en un momento aparecieron todas juntas y dijeron: «¡mirá que juntas somos La Bomba!».
Por un lado, estaba la idea de hacer alguna vez un grupo de percusión que ponga en juego cuestiones musicales (juegos rítmicos) que a mí me interesaban y no veía en otros grupos de percusión populares.
Después, otra idea era «qué bueno sería hacer algo en Buenos Aires, hacer algo que pueda generar lo que sucede en esos lugares en donde la percusión tiene una tradición viva y oficia como centro de encuentro de la comunidad». Como la Samba en Río, la Samba Reggae en Bahía.
Y también estaba el laburo con las señas que yo ya había entrenado con un anterior grupo, producto de haber visto a Butch Morris dirigir improvisación (free jazz) mediante señas.
En algún momento estas ideas volvieron todas juntas: «¿y si hago un grupo grande de percusión que en vez de usar como raíz la tradición use como raíz la improvisación? O sea, que a través de la improvisación se busque la representación de todos los que estamos en ese momento. Pero la improvisación no es sintética, en general tiende a ser de difícil lectura para el público. ¿Pero con las señas? Yo puedo armar señas que ayuden a darle organicidad a esta improvisación, y también puedo hacer señas para esos juegos rítmicos que siempre quise hacer en un grupo grande». Ahí fue cuando todas estas ideas se fertilizaron unas a las otras y nació la idea de La Bomba.
El slogan de «La Bomba» es «el trance del ritmo en estado puro». ¿Vivían y viven una experiencia de trance arriba del escenario»? ¿Es eso lo que le pasaba al público? ¿Cómo le explicarías el concepto de trance a mi abuela de ochentipico de años, por ejemplo?
Si tiene esa cantidad de años, seguro vivió muchos trances (Risas).
Bueno, a mi hija de 5 años.
Entonces vive en ese estado (Risas). Debe haber diferentes niveles de trance, no es que nos baja un santo y entramos en conexión con un espíritu ancestral, cosa que podría suceder en otras tradiciones. Pero sí es el trance del salir del estado en el que la mente está racionalizando o está hablando. No estamos hablando, por más que haya señas y límites. Dentro de esos límites, en los mejores momentos, sos el sonido que está sonando, ni siquiera el de tu propio instrumento. Sos el sonido. No digo que esto pase siempre, pero en parte el objetivo de un músico es estar en ese estado la mayor cantidad de tiempo posible… porque es hermoso. Y porque se siente algo trascendental. Y creo que le pasa lo mismo al público, a todos juntos. Uno se siente una unidad, se siente siendo parte de algo que está pasando y que no se divide en personas, ni en público y músicos, ni en nada.
Un fenómeno de comunión.
Sí. La sensación de eso es muy linda. Y una vez que uno la vive, la desea más a menudo en su vida. Creo que pasa no sólo con la música, puede pasarte trabajando en lo que estés trabajando. Esa cosa de estar completamente imbuido en lo que está pasando ahí y ya no sos vos y lo que estás haciendo, todo es la materia que está sucediendo.
¿Qué importancia tiene el tambor para que esto suceda? ¿Por qué se lo relaciona con la tierra?
El sonido del tambor es muy físico, su vibración pega en la panza. Se lo relaciona con la tierra porque es muy corpóreo, el sonido resuena en partes del cuerpo en las que un violín no resuena. Además, estamos entrenados a huir de los sonidos fuertes, abruptos. Los sonidos graves son sinónimo de algo grande que se está acercando. Eso requiere para sobrevivir atención inmediata, adrenalina. Hay una reacción química y real del cuerpo ante este tipo de sonidos, eso es cierto y está estudiado. Y después, el ritmo como materia prima principal de la percusión está jugando con una parte de nuestra percepción que nos acompaña desde el primer momento: es el latido del corazón de nuestra mamá cuando estamos en la panza. Bum, bum. Eso es toda la banda sonora de los primeros nueve meses de existencia. Tenemos una relación con el ritmo muy grossa que va mucho más allá de lo que sabemos.
¿Que sería un error en la improvisación?
Un error sería estancarse y pretender algo. En realidad, por principio, en la improvisación no tendría que haber errores. No quiero decir que no se puede pifiar sino que uno como improvisador no se puede permitir catalogar de error algo que está sucediendo, porque si lo hacés ya estás afuera, ya no estás improvisando bien. Acabás de perder la cualidad esencial del improvisador que es la adaptación. Vos no podés juzgar a la realidad, tenés que adaptarte inmediatamente. Y en la medida en la que estás adaptado, estás generando una realidad armoniosa. Pero desde el pensamiento «esto fue un error» no podés hacer mucho bueno, es como que estás necesariamente desdoblándote.
¿Y qué sería «improvisar según el público»?
En el Konex la gente está muy presente, es bastante gente pero aun así los podes mirar, los podes escuchar, la temperatura del lugar cambia cuando entra la gente. No vivo el estar improvisando en función del público muy distinto a dar un abrazo. No digo que sea un abrazo, pero si tuviera brazos y tacto en el espacio tal vez lo viviría muy parecido (risas). Significa estar emocionalmente abierto a eso que está pasando, estar siendo uno con esa presencia.
¿En algún momento te tentó ser algo así como un «rockstar» y poner tu ego en escena y cantar, cantar canciones de amor y tener muchas groupies?
Pienso que todo el mundo quiere ser amado, reconocido, y eso está bien y hay algunos que tiene mucha necesidad y necesitan hacerlo en formas mega. Hay gente que lo hace desde otros rubros también, a veces ésa puede la motivación. No sólo de músicos o artistas o de gente que está en el escenario.
Por otro lado, hasta ahora no venía haciendo proyectos donde yo estuviera en el foco. Pero lo que estoy preparando, el nuevo disco (que posiblemente se titule «Siete»), es de alguna manera abrir la puerta a un camino nuevo para mí, que es el de tocar canciones. Las canciones hablan de la persona, de los estados de ánimo, de los gustos, de la personalidad. Son menos abstractas. Y en ese sentido son una maceta fértil para el ego, estás mostrándote. Una parte, tampoco todo. Una parte que podríamos relacionar más con la personalidad. En ese sentido sí me interesa generar ese espacio para mostrarlo. Para mostrarme más a mí como persona, no como factótum de sistemas. Es más simple también, tengo ganas de bajar un poquito de nivel de pensamiento, de pensar en un nivel más básico y más sensible y no tener que estar pensando en la compatibilidad de sistemas y en los niveles y todo esto que implican los grupos grandes de personas, y estar más en las canciones, en el estado más sensible posible, tocarlo, disfrutar. Y son canciones de amor la mayoría.
¿Y eso te da algún tipo de temor?
Sí, me da cierta adrenalina nueva que me gusta. El temor lindo, que te atrae.
Y con respecto a lo que decías del ego, yo me siento muy bien con el ego, en el sentido en el que soy feliz, vengo haciendo una cantidad de cosas que me realizan mucho y estoy muy tranquilo. No siento que tengo necesidad de demostrarme nada ni de demostrarle nada a nadie. Puedo trabajar desde un lugar muy libre de todo eso. Después, si lo que hago le gusta a la gente o no, qué sé yo. Me encantaría que le encante a un montón de personas y que los haga sentir cosas lindas. Pero no es la motivación de porqué lo hago. Si alguien me dice que le pareció una porquería lo que estoy haciendo me parecerá una lástima pero está fuera de mi control. Estoy tranquilo, no dependo de eso. No es un aire que necesite para sobrevivir.
Bueno, Santiago, muchas gracias.