Conocimiento y progreso: el desafío de recuperar esa épica virtuosa

¿La Argentina es hoy el mismo país que les tocó conocer a nuestros abuelos durante su juventud y madurez? ¿Es aquella Argentina un país que se extiende en el tiempo en forma inalterable? Me arriesgo a decir que aquella Argentina que conocimos los que vivimos nuestra niñez en los sesenta no se parece en nada a la de hoy.

¿Tuvimos algunas de las trágicas vivencias que tocaron a Alemania o Japón? La respuesta negativa es obvia. ¿Entonces dónde podemos buscar respuestas o por lo menos encontrar algunas pistas que permitan indagar sobre nuestra decadencia sin fin, sin caer en las gastadas justificaciones de determinadas políticas económicas (que vale recordar, por derecha e izquierda, todas fueron aplicadas)?

Kenneth Boulding (1910-1993), célebre economista fundador del pensamiento sistémico, en 1966 presentó un trabajo de lectura indispensable bajo el título “La economía de la futura nave espacial Tierra”. Allí expresaba:

“…Desde el punto de vista humano, el sistema del conocimiento o la información es, con mucho, el más importante de los tres sistemas mencionados. La materia solo adquiere significación y solo entra en la socioesfera (o en la econosfera) en la medida en que llega a ser objeto del conocimiento humano. Además, podemos considerar el capital como conocimiento congelado o conocimiento impuesto sobre el mundo material bajo la forma de ordenaciones improbables. Una máquina, por ejemplo, se origina en la mente del hombre, y tanto su construcción como su uso, implican unos procesos de información impuestos al mundo material por el hombre mismo. La acumulación de conocimientos, es decir, el exceso de su producción sobre su consumo, es la clave del desarrollo humano de todas clases, especialmente del desarrollo económico. Podemos ver muy claramente la preeminencia del conocimiento en las experiencias de los países donde el capital material ha sido destruido por la guerra, como Japón y Alemania. El conocimiento del pueblo no fue destruido y no se tardó mucho, ciertamente no más de diez años, en reconstruir de nuevo la mayor parte del capital material. Sin embargo, en un país como Indonesia, donde el conocimiento no existía, el capital material no llegó nunca a reconstruirse. Por “conocimiento” quiero decir aquí, por supuesto, la estructura cognoscitiva global, que incluye valoraciones y motivaciones así como imágenes del mundo real…”

Boulding explicaba en 1966 (la fecha no es un error) la preeminencia del conocimiento en la idea de desarrollo, por sobre cualquier otro sistema de producción. Los países que así lo han entendido son los que, aun viviendo las mayores tragedias o pérdidas materiales y humanas, pudieron levantarse y reconstruirse. Mientras que aquellos que no siguieron estrategias para privilegiar la acumulación de conocimiento para formar capital humano y que este se constituya en un stock abundante y continuo, no lograron encontrar o mantener la senda virtuosa del progreso.

Una sociedad que reproduce y distribuye conocimiento recupera su stock de capital (material) en forma rápida. Pero cuando una nación va abandonando paulatinamente aquella prioridad hasta ver cómo va desapareciendo “el conocimiento del pueblo”, como lo llama Boulding, sus posibilidades de progreso -o desarrollo económico- se van agotando.

La «revolución del conocimiento», un desafío para reconstruir la Argentina (Suzanne Choney/)

La decadencia de la Argentina se origina en el agotamiento de su stock de capital humano a lo largo de más de 50 años. Un proceso de desarticulación de la cultura ciudadana común que década tras década se fue acelerando. Así, cada generación fue sustituida por la siguiente con cada vez menor conocimiento y cultura ciudadana. Con cada generación la acumulación de conocimiento disminuía y de esas formas también se encogía la capacidad del país de progresar. Y le damos a la palabra “conocimiento” el mismo alcance que expresa Boulding: “la estructura cognoscitiva global, que incluye valoraciones y motivaciones, así como imágenes del mundo real”. Esto es lo que bien sintetiza con la expresión “conocimiento del pueblo”. No se trata solo de educación formal o titulaciones en distintos niveles, sino de aquel conocimiento que una vida de integración social genera. Se trata de valores comunes y compartidos, entre los que se encuentra “la cultura del esfuerzo”. Ese concepto parece de siglos pasados, ya que ahora resulta desconocido o poco escuchado. Es el conocimiento que va formando la cultura ciudadana independientemente de la clase social. Es el conocimiento que se aprende en la familia, socializando en la escuela, en el barrio, en el club, en el grupo de amigos.

“Al que madruga Dios lo ayuda”, “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Uno es un refrán popular de vieja data y el otro un mandato bíblico. La humanidad siempre persistió en la búsqueda de su destino con esfuerzo, y la demanda de libertad y pan estuvieron unidos a una vida de lucha y sacrificios. La idea de superación ha dado energía a las personas en su cotidiana búsqueda de una vida mejor. Desde que nos levantamos hasta que cae el sol, la esperanza de progresar en forma individual y colectiva activan nuestra inteligencia y músculo. Los ciudadanos en forma individual y las sociedades colectivamente aspiran a lograr bienestar; a vivir mejor cada día. En este recorrido de la aventura humana, el conocimiento, la educación, la cultura ciudadana han sido los libros sagrados de la religión llamada “progreso”. Sin embargo, pese a que nuestra historia como nación está asociada a un faro que atraía a miles de personas desde los confines del mundo, desde hace algo más de medio siglo en forma acelerada nos hemos convertido en apostatas de esta religión ciudadana.

Estas serían las razones por las que la Argentina de ayer, la de nuestros abuelos, no es la Argentina por la que caminamos hoy. No tuvimos guerras que diezmaran nuestra población y recursos materiales; tampoco hemos sufrido tsunamis ni permanentes terremotos. Lo que hemos ido destruyendo es el sistema de “conocimiento” que, desde Sarmiento en adelante, construyó una cultura ciudadana y una sociedad que durante mucho tiempo hizo la diferencia en toda América. Se ha esfumado aquello que hizo grande a la Argentina y la convirtió en tierra de progreso y esperanza para todos los que llegaban con sed de vivir.

Podemos concluir que hay dos Argentinas: aquella que está en nuestro imaginario y la que hoy vivimos. Reconocer que esta ya no es aquella, es fundamental para tomar conciencia de la necesidad de un cambio que sea disruptivo; que definitivamente remueva todos los elementos que siguen diariamente produciendo decadencia.

Necesitamos ya iniciar un proceso inverso al que describe Boulding respecto a la reconstrucción de Japón y Alemania. En nuestro caso, debemos recuperar el stock de conocimiento de nuestro pueblo sin el cual las riquezas materiales son inertes. No hay tierra, gas, petróleo, carne, trigo, soja, que nutra a un país desintegrado en su capital humano. Una nueva epopeya Sarmientina es vital. Hay en el siglo XXI una ventaja: la economía deja de ser industrial para ser economía del conocimiento. Hoy es el cerebro el que crea valor directamente aprovechable por la disrupción tecnológica. Una política común, una gesta de reconstrucción del sistema educativo sin slogans y lejos del calendario electoral, sería el camino a recorrer para luego recuperar humana y materialmente a nuestro pauperizado país. Lo hicimos una vez; lo debemos hacer nuevamente.

Abogado y profesor de Economía Política de la UNLP