La estadounidense que se enamoró de Tierra del Fuego y dejó un legado único para la ciencia argentina

El mar, el viento y la soledad. La vida en la famosa estancia Harberton, al extremo sur de Tierra del Fuego, no cambió mucho en en los últimos 135 años, pese al recambio generacional y al paso del tiempo.

Los hombres de la familia que la posee desde 1886, los Bridges, han sido protagonistas de varias obras y relatos, especialmente Thomas Bridges, el primer poblador europeo de la provincia fueguina, que llegó al territorio como misionero anglicano en 1863 y construyó aquella casona blanca de ventanas verdes que todavía se erige sobre la costa del Canal Beagle. Pero poco se sabe y se ha escrito sobre la mujer que desde aquel campo del “fin del mundo” supo hacer historia.

La estancia Harberton pertenece a la misma familia desde hace seis generaciones

Su nombre era Natalie Prosser y su vida, apasionante y única, es retratada en la película La Soledad de los Huesos, que durante el último año se lució en festivales internacionales de cine como el de Croacia -donde ganó el premio al mejor documental-, el de Ischia y el de Estocolmo. El largometraje se estrenó en Buenos Aires el mes pasado, en el Cine Gaumont.

Prosser, bióloga de origen estadounidense, murió en 2015, en Harberton, pero el legado científico que dejó aún se mantiene vivo. Durante sus más de 50 años en la provincia más austral de la Argentina, la investigadora del Conicet se dedicó a recorrer las bahías fueguinas, desde el Estrecho de Magallanes hasta el Canal de Beagle, en busca de flora y, especialmente, fauna marina inexplorada. Hoy, el museo que ella fundó en Harberton posee no solo una de las colecciones de huesos de delfines más importantes del mundo, sino, además, ejemplares de especies que cuentan con pocos registros en el mundo, afirma Alfredo Lichter, director de la película.

Prosser pasó gran parte de sus 50 años en la Argentina recolectando huesos de mamíferos marinos e investigándolos

Prosser se enamoró del sur argentino a los 26 años, a fines de 1962. La joven americana había emprendido un viaje por Sudamérica con una amiga para recorrer la región. Pero al llegar a Bariloche, tuvieron que hacer una pausa obligatoria. Su amiga se enfermó y debió permaneció en cama varios días.

Natalie, que todavía hablaba poco español, fue a una librería para buscar algún libro en inglés que la entretuviera hasta que su amiga se repusiera. Compró, sin otra opción, la única obra que había en su idioma: El último confín de la Tierra, de Esteban Lucas Bridges, hijo del pastor inglés Thomas Bridges y la tercera persona no perteneciente a los pueblos de la provincia nacida en Ushuaia (los primeros dos fueron sus hermanos mayores).

Prosser, nacida en Ohio, en 1935, llegó a la Estancia Harberton en 1963 y nunca más se fue; murió allí mismo, en 2015

Apasionada por los paisajes y los relatos que el escritor describió en 1948 desde la Harberton, la joven decidió conocer esa estancia. Su amiga no quiso acompañarla, así que decidió ir por su cuenta. “En esa época, era una locura que una mujer viajara sola, y más a Tierra del Fuego, que era inhóspito. Ni siquiera había rutas para llegar hasta allá. Era barco o avioneta”, detalla Lichter.

Lichter pasó una temporada en Harberton para filmar la película

Natalie aterrizó en Ushuaia pocos días antes de Navidad y se hospedó durante un mes en la estancia Harberton, donde para ese entonces vivían el joven Thomas Goodal, bisnieto de Thomas Bridges, y su madre. Eran principios de la década del 60, pero ese campo todavía no tenía agua corriente, por lo que había que acarrear el agua en baldes. Ese verano, Prosser y Goodal se enamoraron, y tres meses después, ahí mismo, se casaron.

Natalie y Thomas formaron una familia donde no había ninguna otra familia, al igual que las cuatro generaciones anteriores de Bridges que vivieron en esa casa. Sus dos hijas, Anne y Abby, jugaban entre ellas, según relata la menor en el documental. “Mi intención fue relatar la soledad de la familia, que es la misma que vivían los primeros pobladores de esa estancia”, cuenta Lichter. Actualmente, la casa es habitada por Thomas, Abby, su marido y sus hijas. Además de mantener el museo fundado por Natalie, la estancia ofrece actividades turísticas y alojamiento.

Thomas Goodal participó del rodaje de la película y detalló su historia de amor con Natalie (ESTEBAN LOBO/)

Lichter, que además de director y guionista de películas documentales es biólogo, conoció a Prosser cuando trabajaba como investigador en el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, institución que la estadounidense visitaba cada vez que viajaba a Buenos Aires.

Desde Tierra del Fuego, Natalie era investigadora del Conicet. Su trabajo consistía en realizar excursiones de varios días por las bahías y las playas fueguinas. Recorría en su auto toda la provincia, desde el estrecho de Magallanes hasta el canal Beagle, muchas veces sola, y dormía en carpa o en estancias que la alojaban.

Abby Goodal se ocupa de mantener la fundación de su madre y el hospedaje de Harberton (ESTEBAN LOBO/)

La excursionista e investigadora escribió a lo largo de su vida una guía naturalista de Tierra del Fuego. Este manual tiene mapas confeccionados por ella que hoy siguen siendo la principal referencia de los biólogos que buscan esqueletos de mamíferos marinos en la zona, especialmente en la bahía de San Sebastián, donde algunos animales quedan varados cada año.

Durante sus recorridos, Natalie iba colocando postes sobre los puntos donde había encontrado ejemplares marinos. Con el tiempo, a medida que se profesionalizaba en su labor, empezó a tener asistentes y estudiantes.

Un sector del museo de mamíferos marinos que montó Natalie (ESTEBAN LOBO/)

En la película no solo participan Abby, Thomas, sino también muchos de los biólogos e investigadores que fueron aprendices de Prosser. Ella los recibía en la estancia, pero principalmente en la casa que tenía en Ushuaia, donde hacía gran parte de su trabajo de investigación. A lo largo de la película, las personas que trabajaron con Natalie destacan, entre otras de sus cualidades, la pasión que tenía por la naturaleza, su perseverancia en el trabajo duro de campo y, más que todo, el hecho de que haya seguido trabajando aún cuando su cuerpo ya no la acompañaba.

La tarea sucia

Durante sus viajes de exploración, Prosser encontró un delfín de Shepherd, que en ese momento todavía tenía pocos registros en el mundo. También halló huesos de un delfín Picudo de Héctor, también poco conocido. “Para algunas especies, su colección es de las mas importantes del mundo”, destaca Lichter.

Harberton está compuesta por numerosas casas; hoy muchas son alojamientos para turistas que se acercan a conocer el museo y a hacer recorridos

El director y guionista destaca a lo largo de la película el trabajo duro -y sucio- que hay detrás de la recolección de huesos para la investigación. La mayoría de las veces, durante sus recorridos por las costas fueguinas, Prosser no encontraba huesos limpios, sino animales en putrefacción, por lo que debía despostar los restos -separar los diferentes cortes de carne que componen la canal de un animal- y luego hervir los huesos.

Muchas veces con ayuda de otros biólogos y asistentes, Natalie depostaba mamíferos marinos

Uno de los trabajos más ambiciosos realizados por Prosser y un equipo de investigadores tuvo lugar en 2005, cuando despostaron una ballena de 9 metros para luego llevar los huesos al Museo de Harberton, donde se encuentran hoy.

“Lo que tienen los personajes como los de Natalie es que ellos retratan el mundo, pero nadie los retrata a ellos. No hay muchas fotos de ella, ni videos. Ese fue parte del desafío de la película: mostrarla sin que ella esté y con poco material”, explica Lichter. El largometraje tuvo el apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) y el mecenazgo de la empresa Total Energies.

En la película, Lichter busca mostrar la soledad de la familia Goodal, y especialmente la de Natalie (ESTEBAN LOBO/)