El mundo está fatigado con la Argentina
Dos palabras se combinan reiteradamente en influyentes círculos de poder en Estados Unidos y en Europa para describir las sensaciones que provoca la realidad argentina: desconfianza y fatiga.
Los observadores más sofisticados ya no preguntan qué está dispuesto a hacer el kirchnerismo (o el peronismo) para que la Argentina revierta su rumbo errático y decadente, estén o no al frente del gobierno. El interrogante que se repite cada vez más es qué está dispuesta a hacer la sociedad argentina para que aquello suceda. Todavía resuena la frustrada experiencia macrista.
Estas inquietudes se acrecientan en tiempos electorales, y particularmente ahora, cuando los indicadores económicos, sociales y de manejo de la pandemia colocan al país otra vez en el fondo de la tabla. Un banquero con oficinas en Nueva York describe crudamente el contexto en el que la Argentina aparece en el radar internacional. Quienes trazan las prioridades han ido corriendo al país de casillero. En ese escenario, dice, se destacan tres grupos de inversores: los que tiraron la toalla y se fueron, como Walmart y Falabella; los que querían entrar atraídos por los recursos naturales pero pisaron el freno a la espera de la evolución de la administración del Frente de Todos y más tarde de la pandemia, y los que se quedaron y están recibiendo ofertas de canje de sus acciones a precios de remate.
Seis meses atrás, antes de que se pusiera en marcha la campaña electoral que desembocará en la renovación parlamentaria de medio término, el 14 de noviembre, las preguntas de inversores y empresarios extranjeros apuntaban al nivel de autonomía del presidente Alberto Fernández para tomar decisiones independientes de Cristina Kirchner, y cómo entender los equilibrios de la alianza que alumbró a un gobierno peronista atípico, en el que el líder del partido estructurado en el verticalismo no está al frente del Gobierno. Eso ya no los inquieta tanto porque los hechos han marcado que es Cristina quien tiene la última palabra, pero sí las políticas que se adoptarán y el direccionamiento que tomará el Gobierno en los próximos dos años. Si habrá una corrección hacia políticas racionales y de mercado o girará hacia una radicalización del modelo cristinista.
La Argentina, como buena parte de los países de América Latina, no ha logrado en los últimos 30 años estabilizarse, superar las marchas y contramarchas en cada cambio de gobierno y alcanzar un estado de desarrollo sostenible. Estas condiciones y sobresaltos generan fatiga en los centros de poder y los resultados se traducen en la caída de las inversiones en la economía real. En los últimos años los flujos de inversión extranjera directa (IED) en el país fueron, fundamentalmente, reinversión de utilidades. Según la Unctad (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo), el stock acumulado de inversión extranjera en la Argentina en 2020 era de US$85.000, algo menor que el monto de 2010. Estados Unidos está al tope, con el 23%, seguido por España (18%), los Países Bajos (12%) y Brasil (6%).
En Washington, el establishment mira hacia Buenos Aires con resignación y pesimismo. Una consultora con sede en la capital norteamericana y con raíces en la región recibió el mes pasado varias llamadas de empresas de telecomunicaciones y de salud interesadas en la Argentina. No acudieron con intención de obtener información sobre potenciales inversiones, sino para que las ayudaran a encontrar personal calificado. “A los profesionales los buscamos en la Argentina. El país no funciona, pero todavía conserva gente con talento”, dijeron en las oficinas ubicadas a cuadras de la Casa Blanca.
Cada tanto, sin embargo, aparecen destellos de optimismo. Esta semana hubo un súbito cambio de expectativas a partir del resultado electoral en Corrientes, donde el gobernador radical Gustavo Valdés fue reelegido tras derrotar por 52 puntos al kirchnerismo. Bonos y acciones de empresas argentinas tuvieron un respingo. En aquel resultado, el mercado quiso ver una señal de que no habrá carta blanca al kirchnerismo en las próximas elecciones para tomar el control del Congreso. Corrientes atenúa el pesimismo, afirma un asesor de fondos de inversión financiera. Y si hay una mínima posibilidad de que la Argentina se encamine hacia un país normal, resalta, hay que tirar una ficha ahora –por bonos y acciones– que están a precios de bagatela.
Si hubiera un giro político podrían aparecer capitales financieros en busca de diferencias rápidas. Pero para que se produzca una ola de inversiones en la economía real habrá que esperar. Hoy no se mira a la Argentina como una opción porque no importan los hechos aislados, sino que haya una tendencia firme. Y para ello habrá que terminar con la fatiga crónica y reconstituir la confianza perdida.